Valdemar, un ingeniero agrónomo, es enviado por el gobierno cardenista a un poblado llamado Piedra Baja para hacer mediciones durante el proceso de reforma agraria que contempla la repartición de la tierra. Más allá de lo previsible que parece la situación de inicio, el autor crea un universo de personajes verosímiles y con rasgos y vida propia.
El desvalimiento físico del maestro se ve potencializado por la obediencia incondicional de su escriba que cumplirá toda clase de caprichos. La escriba, vacía de sí, se ofrenda a la ficción asesina de su maestro. Se trata de una pareja trágica porque están unidos no en el amor, sino en la complicidad adictiva del crimen.
El poder de la urraca describe, en sus propias palabras, “el marasmo de los débiles y la inconformidad de los inteligentes”. Y es que la inteligencia crea una comunicación incurable, que pretende resolverse a través del lenguaje silencioso de los cuerpos, que revelan un mundo oculto y una animalidad un tanto frívola.
Ciudad de México, década de los cuarenta del siglo XX. El recuerdo de los asesinatos del “Chacal de Tacuba” aún está fresco en la memoria de la gente cuando aparece el cadáver de un hombre en las escaleras de granito negro de un edificio Art Decó de la colonia Condesa.